No muy lejos de París, en plena Isla de Francia se alza un palacio que fue descrito por Napoleón I como "Obra de siglos, morada de reyes". Sus orígenes hay que buscarlos en una modesta residencia real construida en el siglo XII por Luis VIII, y de la que no queda ninguna huella; sólo sabemos que fue este rey el que eligió este bello lugar para construirla. Con el paso del tiempo, Fontinebleau llegó a ser uno de los más suntuosos conjuntos arquitectónicos de Francia.
Durante siete siglos los reyes franceses construyeron pabellones, galerías, escalinatas y jardines hasta convertirlo en un palacio de cuento, lleno de belleza y misterio, en el que no sólo se puede estudiar la evolución del arte francés a lo largo del tiempo, sino rememorar la historia de Francia desde los oscuros siglos medievales hasta el esplendor de la corte de Napoleón I.
En el siglo XIII el rey Luis IX, que fue canonizado y desde entonces conocido como San Luis de los Franceses, acondicionó el edificio y añadió una serie de dependencias para utilizarlo como residencia. Luego vinieron siglos de olvido hasta que otro poderoso monarca, Francisco I, ya en el siglo XVI, decidió hacer de Fontainebleau un palacio suntuoso y magnífico. Francisco I fue el clásico caballero del Renacimiento, gran guerrero -es conocida su rivalidad con el rey de España Carlos I, por el dominio de Europa-, y al mismo tiempo entusiasta de las artes y de las letras. Empeñado en conseguir grandeza para Francia y para sí mismo, planeó fastuosos proyectos y no regateó esfuerzos ni dinero para llevarlos a cabo. fue, además un mecenas que reunía en torno a sí a los mejores artistas franceses e italianos, para conseguir que Francia fuera un foco artístico tan importante como lo era Italia en ese momento.
Fontainebleau, gracias a Francisco I, se convirtió en una lujosa residencia real. Se construyeron hermosos edificios en torno al Patio Oval y al Patio de la Fuente y, sobre todo, una extraordinaria galería con bellísima decoración pictórica. La del edificio se encuentra al oeste del Patio del Caballo Blanco y fue construida en esta época, aunque la escalera de acceso es posterior.
Los últimos años del siglo XVI fueron difíciles para Francia: los conflictos dinásticos y las guerras de religión entre católicos y protestantes -hugonotes- paralizaban la vida de la nación, no había tiempo para el arte, Cuando llegó la paz, Fontainebleau vivió su segunda época dorada; el rey Enrique IV continuó edificando y embelleciendo el palacio y sobre todo los inmensos jardines.
En el s. XVII, Luis XIII construyó la gran escalinata en forma de herradura frente a la , y que hoy en día es el máximo emblema de este palacio. Luis XIV añadió un conjunto de apartamentos para dar alojamiento a los numerosos cortesanos y transformó los jardines.
En el siglo XVIII Luis XV decoró las estancias pequeñas siguiendo las pautas del estilo rococó. Napoleón I convirtió el palacio en primera residencia imperial, invirtiendo enormes sumas de dinero en acondicionarlo y modificarlo según el estilo recargado y ampuloso de la época.
El palacio se distribuye en torno a 5 patios: el Patio del Caballo Blanco o de loa Adioses, el Patio de la Fuente con el Estanque de las Carpas, el Patio Oval, el de los Oficios y el de los Príncipes. Junto al Patio Oval, está la parte más antigua de todo el conjunto, con el torreón medieval de San Luis.
En el Patio de los Príncipes están las estancias de María Antonieta y de Napoleón y, ante ellas, el llamado Jardín de Diana.
El interior está formado por innumerables salas. Entre ellas destacan: el bellísimo Salón del Trono de Napoleón I, (el único salón del trono intacto que se conserva en Francia), los dormitorios de Napoleón y su esposa, la Sala de Baile, la Capilla de la Trinidad, el Salón de Juegos y el Tocador de María Antonieta...
Todo este completísimo conjunto está rodeado de hermosos jardines y un extenso parque.
Fontainebleau guarda, además, las pinturas más importantes del Renacimiento francés, obra de artistas italianos contratados por Francisco I, entre los que destacan Rosso Florentino, que pintó los grandes frescos del tema mitológico de la Galería y F. Primaticcio. Además de éstos, una larga serie de pintores de segundo orden, primero italianos y luego franceses, trabajaron en el palacio, pintando escenas cortesanas, suaves y de colores claros, acordes con el gusto de los reyes y con la finalidad que tenía Fontainebleau: ser un apacible y armonioso lugar de recreo.